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  • Fede

Ladrones de corazones


(Fotografía de Luis Baylón, de su colección "Ladrones de corazones", sobre los niños antes de la edad de la razón, para quienes escribí estos versos)



Antes de saber que no debías mostrarte vulnerable,

antes de la aritmética de tus emociones y su comitiva de cálculos,

antes de tener que construir los deseos piedra a piedra,

antes del laberinto refractario del rechazo.


Cuando el dedo meñique era un asidero del mundo

y todas las palabras una sopa de letras

y todas las palabras reinas sin castillo.

Donde la perspectiva no alcanza más allá de la sombra de un caramelo.

Mientras fuiste un montoncito de algodón,

una cucharada de aceite por la piel de los otros.


Antes de saber que entre tú y el espacio exterior

sólo había un milímetro de piel desnuda

Antes de saber que la ausencia

era una raza de momentos con vocación de permanencia.

Antes de que las manchas en la cara pudieran llegar al alma.

Cuando hacías de los segundos partituras en el aire

y todos los vientos bebían de tus labios.


Despertaste un sentimiento innegociable,

el futuro reposo de todos tus guerreros,

la cuna sucesiva de cada primavera,

el primer salvaje de la conciencia,

el que sembró las huellas de los años en el Paraíso

y para siempre te hizo dúctil a la ternura.


Y desde entonces,

en el primer anillo de la madera de tus instintos,

te anda murmurando la Entrega.

La diosa más vieja del Mundo.


Por ahí vuelves al mar de los sargazos,

en cuyo fondo las solemnes armaduras son casitas para los peces,

tus elegantes vestiduras nadan a espalda mar adentro

y en la cima de tu ombligo flamea un babero en lugar de una bandera.


Tu cuerpo es una esponja,

bebe en el agua el zumo de sus minerales,

aunque vengas de perder una guerra detrás de otra.

Recuerdas y respiras.


El planeta perdido se recuperaba con un abrazo,

con una síntesis de esqueletos.

Eran inocentes los fracasos, transparentes las victorias.

Has tomado la temperatura de lo inherente.

Por ahí vuelves.


Y aunque luego aprendieras a decir adiós

a cosas que querías con sonrisas envasadas,

a guardar el desconsuelo en habitaciones antiguas

y quizá a confluir tus lágrimas a un motivo suficiente.

Incluso si no te hubieras perdonado haber querido tanto.


A pesar de todo,

hay una cuarta parte del corazón que siempre vive en el Paraíso.

Allí residen tus ladrones de guante blando.

Los vi haciendo de tus entretelas un barco pirata,

un arlequín con el recodo de tus temores,

papiroflexia con las dudas importantes.


Un placer infinito te atraviesa la cara:

Allí, donde no llueve la culpa, ni crece la vergüenza,

y no hay más ley que la de saberse enteramente vulnerable,

tus ladrones del corazón

han dibujado un campo para que jueguen tus sueños.

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